sábado, 15 de diciembre de 2012

La Boda


20 de octubre de 2012

La Boda

Creo que existen pocos momentos tan emotivos para dos personas que se aman como el día de su boda, si, ese día en el que frente a una bola de metiches y gorrones se juran estar juntos hasta que la muerte los separe. De verdad que ese instante debe ser uno de los más increíbles en la vida.

Este fin de semana he tenido la oportunidad de ser parte de uno de estos momentos irrepetibles. Una de mis amigas más cercanas, Fabiola, llego al altar y como buena niña decente cumplió todo el protocolo que reclama la sociedad. ¡Claro! salió de blanco y tuvo una de las bodas más bellas en que me ha tocado estar. Ahora bien, no negaré que mi apreciación es completamente parcial pues está influenciada por el enorme cariño que guardo por la pareja, además que mi adorada amiga papiroflexica (si, es que me enseño hacer cajitas con hojas de colores) y su ahora marido, Gustavo, me compartieron los preparativos de tan rimbombante evento desde varios meses atrás, con amenazas ante cualquier revelación facebookera sobre el escenario en que tendría lugar el evento.

Antes de decir algo más, es justo hacer un resumen sobre mi amistad con la novia, la cual se remonta a mi primer día en la universidad, pues junto a su inseparable amiga Sandra, fueron las primeras en someterme al interrogatorio cotidiano entre compañeros para averiguar dónde había estudiado la prepa y esa clase de cosas sin importancia que sirven de pretexto para entablar platica. Y desde entonces hasta hoy, hemos seguido tan cercanos que incluso algunos años después de haber egresado de la carrera, coincidimos en el Posgrado de la FCA de la UNAM, donde estudiamos la maestría y nos acompañamos muchas noches de regreso a casa, pues también somos casi vecinos. Después de varios años de aquel primer encuentro escolar, puedo presumir que hemos reído, llorado, tomado y no se cuantas cosas más juntos, hasta compartimos nutrióloga. Sólo me falta convencerla de que también vaya con mi terapeuta.

En fin, mientras sigo trabajando en convencerla de ir con Nilda (mi terapeuta), nos llegó su boda. En este evento tuve el honor de participar en la ceremonia religiosa. Los novios me pidieron entregarles unas arras muy especiales que utilizaron ese día, lo cual fue un verdadero honor para este humilde siervo del señor (¡amén!). Eso si, para cumplir con este compromiso y presentar las arras de lo mejor,  puse a mis esclavas de servicio social a aplicarles toda clase de limpiadores y pulirlas hasta que las manos les quedaron negras, así que darme el crédito de haberme encargado de la limpieza sería injusto, aunque si puedo adjudicarme la elección del cofre y el estuche en que las presenté.

Regresando al tema de la ceremonia, aceptaré que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por no chillarle a gusto como lo hubiera querido, pero veía a los novios todos sonrientes y felices y decidí no desentonar con tanta alegría,  así que me dije a mi mismo: “mi mismo, aguántese como los machos y no le chille” y me mantuve bien seriecito, aunque mis piernitas temblaban cuando vi llegar a mi amiga vestida de novia.  Y no olvidemos la música vernácula que amenizó la ceremonia, eso si que fue original, aunque el termino “original” se queda corto cuando uno trata de calificar a esta peculiar pareja que siempre me logra sorprender.

Después de superar la chilladera interna que traía, comerme mis mocos y demás, regresamos a la hacienda donde tuvo lugar el fabuloso festejo y ahí si se me olvido el drama y me la pase increíble. La recepción arrancó con huapangos, vasos con pulque para delicia de mi señor padre, martinis de cereza y mora que nos hicieron muy felices pues estaban excelentes y todo eso acompañado con muchos bocadillos mexicanos, es decir: pambacitos, sopesitos, quesadillitas, etc. Y después de un par de horas prealimentanos y marinándonos en alcohol,  nos pasaron al salón de la hacienda en donde sirvieron una muy rica comida, una pecaminosa mesa de dulces, un servicio de café de diez, cup cakes ligeramente dulces  y hasta un pambazo en la tornafiesta, todo acompañado de unos vinos que me hicieron perder el estilo y acabar no ebrio, sino lo que le sigue.

Y que decir de la compañía, hubo rencuentros con compañeros de la universidad que tenía años de no ver y que descubrí en su modo “papas” o viajeros frecuentes. Fue el pretexto perfecto para compartir con algunos otros a los que soy más cercano – es decir, que puedo recitar sus vidas, secretos y pecados -  como Ezequiel y la comadre, Haydee, y hasta con nuestra amiga de altamar, Larisa. En este fin de semana platicamos, reímos, brindamos, les deseamos lo mejor a los novios y nos divertimos como hacía mucho no lo hacíamos, pues tanta platica ocasiono una sed severa que sólo apago el vino rosado, el cual provocó muchos desfiguros y nos dejó liberarnos de la pose que teníamos entre trajes, vestidos largos y copetes y nos permitió dar rienda suelta a gritos, bailes y uno que otro feliz ridículo. (Para mayor referencia ver el álbum fotográfico en Facebook sobre el evento)

Hubo un momento en la noche en que ya totalmente apagada nuestra sed (léase: alcoholizados), sin frío y muy alegres comenzamos a renovar el concepto de los arreglos de mesa, pues lo aderezamos con las corbatas, vasos desechables, servilletas, dulces y todo lo que tuvimos disponible; La comadre brindó con los biberones de su hija y bueno, hasta ahora no tenemos claro quien de las dos se tomó el vino y quien la leche, pero la niña callo dormida enseguida. Haydeé también tiró unas tres veces las copas en la mesa y hasta derramo una botella entera encima de otro invitado, con lo cual nos hizo recordar a quienes la conocemos desde la universidad, su honroso premio “Escar” a la más borracha (Se llama Escar el premio porque somos egresados de la ESCA del IPN).  

Otra víctima de nuestros arrebatos fue la novia, no se espanten, no la fuimos a desvestir ni nada, sólo fuimos a brindar con ella en la mesa de honor, la cual nos quedaba como a varios metros, ya que estábamos en la mesa del rincón como muñecas feas y pues ella estaba en el centro del lugar y si lo piensan bien, por el estado en que nos encontrábamos ese recorrido fue toda una proeza,  la cual bien valió la pena, pues brindamos, reímos, cantamos, gritamos y le hicimos pasar un buen rato, o al menos eso es lo que recuerdo.

Quisiera contarles más, pero la verdad es que sólo viene a mi mente el momento en que ya sentado en la mesa escuche el famoso tema  “Mc Lovya” del internacionalmente desconocido grupo de internet Tropikal Forever. En ese momento vi cumplirse el sueño del novio que también era la amenaza para la novia, de que ese tema sonara en su boda. Después de eso sólo recuerdo que salimos a elevar unos globos de cantoya en medio de la noche con un frío que por poco hace que se me bajara la peda, un poco de karaoke y nada más, aunque la evidencia fotográfica me demuestra que acabé hibernando en mi cama hasta las 6 de la mañana, momento en que el ardor en mi pecho, por mi sensible estomago, me hizo brincar de la cama casi llorando preguntando porqué se me había ocurrido tomarme todas las botellas que amablemente Ezequiel me había acercado.

En fin, con todo y los ardores, molestias y demás, el haber sido invitado (con toda mi familia) a compartir un momento tan importante para Fabiola y Gustavo me confirma lo bien que se siente que gente tan linda te incluya en su vida y me hace reconocer el compromiso tan grande y bonito  que es nuestra amistad. ¡Gracias Fabiola y Gustavo por ser parte de mi vida!