20 de
octubre de 2012
La Boda
Creo que existen pocos momentos tan emotivos para dos
personas que se aman como el día de su boda, si, ese día en el que frente a una
bola de metiches y gorrones se juran estar juntos hasta que la muerte los
separe. De verdad que ese instante debe ser uno de los más increíbles en la
vida.
Este fin de semana he tenido la oportunidad de ser parte de
uno de estos momentos irrepetibles. Una de mis amigas más cercanas, Fabiola,
llego al altar y como buena niña decente cumplió todo el protocolo que reclama
la sociedad. ¡Claro! salió de blanco y tuvo una de las bodas más bellas en que
me ha tocado estar. Ahora bien, no negaré que mi apreciación es completamente
parcial pues está influenciada por el enorme cariño que guardo por la pareja, además
que mi adorada amiga papiroflexica (si, es que me enseño hacer cajitas con
hojas de colores) y su ahora marido, Gustavo, me compartieron los preparativos
de tan rimbombante evento desde varios meses atrás, con amenazas ante cualquier
revelación facebookera sobre el escenario en que tendría lugar el evento.
Antes de decir algo más, es justo hacer un resumen sobre mi
amistad con la novia, la cual se remonta a mi primer día en la universidad,
pues junto a su inseparable amiga Sandra, fueron las primeras en someterme al
interrogatorio cotidiano entre compañeros para averiguar dónde había estudiado
la prepa y esa clase de cosas sin importancia que sirven de pretexto para
entablar platica. Y desde entonces hasta hoy, hemos seguido tan cercanos que incluso
algunos años después de haber egresado de la carrera, coincidimos en el
Posgrado de la FCA de la UNAM, donde estudiamos la maestría y nos acompañamos
muchas noches de regreso a casa, pues también somos casi vecinos. Después de varios
años de aquel primer encuentro escolar, puedo presumir que hemos reído, llorado,
tomado y no se cuantas cosas más juntos, hasta compartimos nutrióloga. Sólo me
falta convencerla de que también vaya con mi terapeuta.
En fin, mientras sigo trabajando en convencerla de ir con
Nilda (mi terapeuta), nos llegó su boda. En este evento tuve el honor de participar
en la ceremonia religiosa. Los novios me pidieron entregarles unas arras muy
especiales que utilizaron ese día, lo cual fue un verdadero honor para este
humilde siervo del señor (¡amén!). Eso si, para cumplir con este compromiso y
presentar las arras de lo mejor, puse a
mis esclavas de servicio social a aplicarles toda clase de limpiadores y
pulirlas hasta que las manos les quedaron negras, así que darme el crédito de
haberme encargado de la limpieza sería injusto, aunque si puedo adjudicarme la
elección del cofre y el estuche en que las presenté.
Regresando al tema de la ceremonia, aceptaré que tuve que
hacer un esfuerzo sobrehumano por no chillarle a gusto como lo hubiera querido,
pero veía a los novios todos sonrientes y felices y decidí no desentonar con
tanta alegría, así que me dije a mi mismo:
“mi mismo, aguántese como los machos y no le chille” y me mantuve bien
seriecito, aunque mis piernitas temblaban cuando vi llegar a mi amiga vestida
de novia. Y no olvidemos la música
vernácula que amenizó la ceremonia, eso si que fue original, aunque el termino
“original” se queda corto cuando uno trata de calificar a esta peculiar pareja
que siempre me logra sorprender.
Después de superar la chilladera interna que traía, comerme
mis mocos y demás, regresamos a la hacienda donde tuvo lugar el fabuloso
festejo y ahí si se me olvido el drama y me la pase increíble. La recepción arrancó
con huapangos, vasos con pulque para delicia de mi señor padre, martinis de
cereza y mora que nos hicieron muy felices pues estaban excelentes y todo eso
acompañado con muchos bocadillos mexicanos, es decir: pambacitos, sopesitos,
quesadillitas, etc. Y después de un par de horas prealimentanos y marinándonos
en alcohol, nos pasaron al salón de la
hacienda en donde sirvieron una muy rica comida, una pecaminosa mesa de dulces,
un servicio de café de diez, cup cakes ligeramente dulces y hasta un pambazo en la tornafiesta, todo
acompañado de unos vinos que me hicieron perder el estilo y acabar no ebrio,
sino lo que le sigue.
Y que decir de la compañía, hubo rencuentros con compañeros
de la universidad que tenía años de no ver y que descubrí en su modo “papas” o
viajeros frecuentes. Fue el pretexto perfecto para compartir con algunos otros a
los que soy más cercano – es decir, que puedo recitar sus vidas, secretos y
pecados - como Ezequiel y la comadre, Haydee,
y hasta con nuestra amiga de altamar, Larisa. En este fin de semana platicamos,
reímos, brindamos, les deseamos lo mejor a los novios y nos divertimos como
hacía mucho no lo hacíamos, pues tanta platica ocasiono una sed severa que sólo
apago el vino rosado, el cual provocó muchos desfiguros y nos dejó liberarnos
de la pose que teníamos entre trajes, vestidos largos y copetes y nos permitió
dar rienda suelta a gritos, bailes y uno que otro feliz ridículo. (Para mayor referencia ver el álbum
fotográfico en Facebook sobre el evento)
Hubo un momento en la noche en que ya totalmente apagada
nuestra sed (léase: alcoholizados), sin frío y muy alegres comenzamos a renovar
el concepto de los arreglos de mesa, pues lo aderezamos con las corbatas, vasos
desechables, servilletas, dulces y todo lo que tuvimos disponible; La comadre
brindó con los biberones de su hija y bueno, hasta ahora no tenemos claro quien
de las dos se tomó el vino y quien la leche, pero la niña callo dormida
enseguida. Haydeé también tiró unas tres veces las copas en la mesa y hasta derramo
una botella entera encima de otro invitado, con lo cual nos hizo recordar a
quienes la conocemos desde la universidad, su honroso premio “Escar” a la más
borracha (Se llama Escar el premio porque somos egresados de la ESCA del IPN).
Otra víctima de nuestros arrebatos fue la novia, no se espanten,
no la fuimos a desvestir ni nada, sólo fuimos a brindar con ella en la mesa de
honor, la cual nos quedaba como a varios metros, ya que estábamos en la mesa
del rincón como muñecas feas y pues ella estaba en el centro del lugar y si lo
piensan bien, por el estado en que nos encontrábamos ese recorrido fue toda una
proeza, la cual bien valió la pena, pues
brindamos, reímos, cantamos, gritamos y le hicimos pasar un buen rato, o al
menos eso es lo que recuerdo.
Quisiera contarles más, pero la verdad es que sólo viene a
mi mente el momento en que ya sentado en la mesa escuche el famoso tema “Mc Lovya” del internacionalmente desconocido
grupo de internet Tropikal Forever. En ese momento vi cumplirse el sueño del
novio que también era la amenaza para la novia, de que ese tema sonara en su
boda. Después de eso sólo recuerdo que salimos a elevar unos globos de cantoya
en medio de la noche con un frío que por poco hace que se me bajara la peda, un
poco de karaoke y nada más, aunque la evidencia fotográfica me demuestra que
acabé hibernando en mi cama hasta las 6 de la mañana, momento
en que el ardor en mi pecho, por mi sensible estomago, me hizo brincar de la
cama casi llorando preguntando porqué se me había ocurrido tomarme todas las
botellas que amablemente Ezequiel me había acercado.
En fin, con todo y los ardores, molestias y demás, el haber
sido invitado (con toda mi familia) a compartir un momento tan importante para
Fabiola y Gustavo me confirma lo bien que se siente que gente tan linda te
incluya en su vida y me hace reconocer el compromiso tan grande y bonito que es nuestra amistad. ¡Gracias Fabiola y
Gustavo por ser parte de mi vida!