martes, 28 de agosto de 2012

Italo Calvino

"Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles". Italo Calvino

lunes, 27 de agosto de 2012

Peces…peces y más peces..


Peces…peces y más peces..

Por Héctor Juárez

 
Todo comenzó cuando mi cuñado se enteró a través de Facebook de la existencia de algo llamado “Fishville”, juego en línea simulador de una pecera, que a través del tiempo invertido en incontables dosis de ocio en la red, te permite embellecerla con peces y adornos. Pues bien, después de pelear contra su voluntad, cedió a sus bajas pasiones y materializó su sueño, encontrando así su segundo y nuevo gran vicio, digo segundo pues el primero es ser un ferviente seguidor del equipo de fútbol, portavoz de los maestros de la cuchara, o sea el Cruz Azul.
 
La historia de los peces inició con la compra de uno de esos recipientes de 20 litros el cual alberga a estas adorables y exigentes mascotas, sin el permiso de mi hermana, pero bueno, en ocasiones resulta conveniente echar mano del afamado refrán que asegura “Ser más fácil pedir perdón que pedir permiso”. Al final, la novedad acabó envolviendo también a ella, facilitándole las cosas a mí cuñado los siguientes meses, pues evitó las incansables quejas por el desorden ocasionado. Y todo iba bien hasta que su incesante investigación diaria en la red, resultado de su exceso de trabajo, llevaran a mi cuñado a descubrir la existencia de una sinfín de peceras de mayor tamaño.
 
A medida que su interés aumentaba, el siguiente paso fue más sencillo, pues consiguió ir contagiando poco a poco a toda la familia en el mundo de la pecerología, descubriendo la existencia de mercados especializados en la materia, donde uno puede alegremente caminar apretujado, como cualquier mañana en el metro, entre olores no muy agradables y un excesivo calor, mientras a su alrededor se descubre la variedad de colores, tamaños y precios. Pues bien, fue en alguna de estas excursiones donde mi señor padre quedó maravillado y salió de ahí con un pez beta, el bien portado y hoy difunto “Michael”.

Hasta ese momento me creía inmune a la enfermedad, pero entonces pasó, mi cuñado cambió de pecera, ahora tenía una de 40 litros, la cual, para ser honestos, lograba enamorarte a primera vista, pues era una especie de lámpara viviente llena de pequeñas criaturas revoloteando en su interior, de ahí el apodo de “Guajolotitos” con el cual mi hermana se refiere a sus peces. Por cierto, el nuevo juguete requirió más espacio, un nuevo mueble, más equipo y claro, ahora mi familia ya no sólo era cruzazulina, también amenazaba con convertirse en mecenas de la crianza de “Guajolotitos”.

Y como buen hijo y hermano, un domingo fui arrastrado por la curiosidad al famoso mercado y empezó mi mecenazgo, pues para cuando terminó la excusión, ya teníamos una nueva pecera, ahora de 80 litros, dos bases de madera y un montón de equipo para su mantenimiento. Yo heredaría la de 40 litros y mi cuñado tendría el doble de espacio para sus alevines, peces bebes, y a decir verdad, estas mascotas no hacen mucho honor a su apodo, pues más que aves de granja, parecen conejos por su “ligereza” para reproducirse.

Por cierto, no tuve necesidad de adquirir peces; con la pecera vinieron alrededor de 40 especímenes a mi casa, a quienes cuidé con gran ahínco hasta ese terrible día, cuando llegaron a mi recién inaugurada guardería para alevines, un nuevo grupo de refugiados acuáticos que huían del canibalismo de los más grandes de su especie que habitaban en la pecera de mi hermana. Sin embargo, nuestra labor salvadora se vio empeñada por el desconocimiento de la gran cantidad de enfermedades en los peces y junto con los nuevos inquilinos llegó un virus que en tres días acabó con todos y logró hacerme sentir el más irresponsable de los padres, confirmando mi teoría de no haber nacido para tener un hijo.

Pese a nuestra gran pérdida, no decayó el ánimo y el fin de semana siguiente, después de limpiar a conciencia el contenedor de la muerte, regresé al mercado pero ahora por especímenes más grandes, pues me negué por completo a volver a intentar criar otros “Guajolotitos”. Esta vez escogí peces japoneses, si, esos de televisión, los dorados que viven en una pecera redonda con un lindo castillo, sin saber lo laborioso y exigente que resulta su cuidado, pues ameritan algo así como 40 litros para cada uno. Para cuando lo supe ya era tarde, pues había comprado 15 de ellos. Y por cierto, también son xenofóbicos, pues no pueden convivir con otra especie, información valiosa si el vendedor no la hubiera omitido y habría evitado otras muertes, pero bueno, a mi favor debo decir que estaba aprendiendo y en esa ocasión fui precavido, pues les puse todo lo que me indicaron en otro de los locales del mercado: sal marina para el estrés, gotas de azul y verde malaquita por si se enfermaban, cultivo de bacterias, para madurar el agua y hasta comida especial, aunque dicho coctel también me provoca bajas en mis peces. Pero insisto, fue aprendizaje.

Y así, cuidando peces y sufriendo perdidas, llegamos a este fin de semana; la ansiedad de mi cuñado nos llevó a volver a rotar las peceras; si, ahora adquirió una de 200 litros, yo heredé la de 80 y mi hermano la de 40 y mientras escribo estas líneas, contemplo la nueva casa de mis nueve sobrevivientes japoneses, todos naranjas y veo al recién llegado, un japonés negro, pues así lo pide el feng shui, y me pregunto si la próxima vez que me llame mi cuñado para platicarme de un nuevo plan para cambiar peceras, me atreveré por fin a decir no, o tal vez me suceda como con el futbol, pues después de años de jurar no gustarme, ahora no sólo voy al estadio, también tengo mi playera azul y sigo esperando a que “Seamos campeones”.

 

lunes, 20 de agosto de 2012

Carta para una amiga perdida


Carta para una amiga perdida
Por Héctor Juárez

¡Hola!
Es difícil saber por dónde empezar, no sé si deba preguntar por última vez ¿qué pasó? Aún sigo sin entender la razón de tu enojo, pero después de tanto tiempo y de mis terapias, me he convencido que este distanciamiento, sólo fue el resultado de nuestra falta de ganas por resolver lo ocurrido y tal vez por no aceptar que nuestro ciclo había terminado y ya no nos hacíamos bien.

Recuerdo la innumerable cantidad de momentos compartidos durante la carrera, las flores que me dabas en el día de la secretaria por mi habilidad con el teclado; las películas de Barbie y los discos de Cristian Castro cuando los descubrimos como nuestros gustos culposos; el viaje a San Antonio para estrenar tu visa; las frases de tu mamá sobre su “adorado Héctor”; aquel día cuando cambié mi comida de fin de año por acompañarte a recibir tu primer auto nuevo; las clases de francés en el IFAL; la fiesta de cumpleaños a la cual te llevé un juego de limpieza, pues ya eras toda una señora bien casada; tu famosa frase de “no le digo pendeja porque es mi amiga”; tu blog mientras hacías tu estancia en Canadá; tus borracheras por decepción amorosa y cómo olvidar la madrugada en que tu casa se convirtió en el cuartel donde intentabas consolarme mientras lloraba por un mal momento vivido.

Debo confesar algo, desde ese último día en que hablamos, decidí no volver a celebrar mi cumpleaños, pues me sentía culpable por no haberte complacido cediendo a tu reclamo de festejarme a tu manera, creí necesario castigarme porque había fallado. Con tu partida vinieron las de otros y aunque sí me importaron, nadie me dolió tanto como tú. Mi regalo de cumpleaños número 30, fue ver desmoronarse mi supuesto grupo de amigos, tan sólido y cuasi perfecto.

Pero bueno, como dice mi terapeuta, “Dios acomoda” y la vida me regaló la oportunidad de reordenar mis ideas, aprender a estar solo, aceptar que nada es para siempre, sólo hay momentos efímeros de alegría y entendí que no puedo controlarlo todo y a todos, pues esa habilidad no sirve cuando se trata de mis afectos. 

Sé que te preguntas por qué te escribo hasta ahora. Es fácil, porque hoy ya no duele.

Héctor.

martes, 14 de agosto de 2012

Instrucciones para darte en la madre (o para enamorarse)


Instrucciones para darte en la madre (o para enamorarse)
Por Héctor Juárez

Lo primero es asegurarse de elegir a la persona menos indicada, aquella que haga eso que no nos gusta y logre a veces sacarnos de nuestras casillas y sin la cual estemos convencidos de no poder vivir. Es requisito indispensable sentir la falta de aire si no recibimos su llamada al menos unas cinco veces al día, aunque la dosis puede variar. Es importante aclarar que no hace falta ser correspondidos, pues esta es una tarea personal y se experimenta pocas veces en la vida, por lo cual se sugiere disfrutar al máximo sus efectos una vez conseguidos. Para enamorarse se abrirá el pecho de par en par y ofrecerá su corazón como trofeo al objeto de su afecto, deberá pasar noches en vela recordándole, revisará su correo electrónico y su celular en intervalos de dos minutos por si llama y escuchará canciones románticas que le inviten al trillado uso de navajas en sus venas. Para confirmar estar obteniendo el resultado deseado deberá recibir comentarios de sus amigos asegurándole vivir entre nubes y recordándole la necesaria tortura de alimentarse para seguir sufriendo. De acuerdo al momento de su vida en que lo experimente, su intensidad será la siguiente: si se es púber, deberá sentir que su corta existencia inició al momento de encontrar a ese ser, si se encuentra en su juventud, será necesario expresar su intensidad de manera física una y otra y otra y otra vez; ahora bien, si se esta en la madurez, siéntase afortunado pues habrá encontrado con quien charlar. Una vez cubiertos los requisitos y teniendo un grado suficiente de dominio, se requiere cierta constancia para volverse un experto. De esto último se dará cuenta al momento de recibir una llamada de atención de sus profesores en clase o de su jefe en la oficina o bien, cuando le de un infarto. Si se cumplió el primer requisito, no es correspondido y al despertar cada mañana, la primera imagen es su mente es la de aquella persona, lo habrá conseguido, se dará cuenta que se ha dado en la madre. Tiempo de duración: un día o toda una vida.

Semáforo (una historia en dos partes)


Semáforo   (una historia en dos partes)
Por Héctor Juárez

Recibí un correo electrónico de Raquel invitándome a la fiesta de cumpleaños de Adrián. El tema es el semáforo. Me suena un poco a que mis queridos amigos siguen jugando a ser la celestina de la "pandilla" o sencillamente están cansados de ser la única pareja del club de los "forever alone", grupo de quienes rebasamos las tres décadas de vida y que seguimos a la espera de nuestra media naranja. Raquel y Adrián más de una vez han intentado crear conexiones entre su nutrido grupo de amigos, pero parecen no tener suerte, así que han decidido utilizar este festejo para comprobarnos a todos que si puede existir el amor a primera vista, ¡ilusos!. En fin, la regla para la fiesta es simple, los invitados deberán vestir una prenda verde si están disponibles, amarilla si tiene una situación emocional complicada y roja si ya están comprometidos.

Esta invitación me da la tarea de reflexionar el color que seleccionaré para vestir en dicha reunión. De manera cínica y honesta debería ir con una prenda verde, no tengo compromiso con nadie, no salgo formalmente con alguien, pero para ser sincero creo que el verde no me va muy bien. Podría ir con esa camisa a cuadros que siempre ha tenido fama de parecer un bonito mantel de día de campo de cuadros blancos y amarillos, eso sería más sincero de mi parte, pues entre los arándanos, las ciruelas y el feng shui no tengo cara para discutir que no estoy en una situación emocional complicada. De rojo, simplemente imposible, pues el que mi cabeza este en un lado, mi corazón en otro y mi cuerpo de vez en cuando me traicione, no quiere decir que esté con alguien, es más, si así fuera tendría con quien asistir. Por cierto, para la fiesta me decidí a ir de morado y ya veré como resulta.


miércoles, 8 de agosto de 2012

Arándanos



Arándanos
Por Héctor Juárez

Siempre me ha parecido una exageración las historias románticas de las películas en las que no existen las coincidencias, en las que todo es una señal y todo tiene una simple justificación para existir y es que el destino tiene predestinado a la persona idónea para cada personaje. Sin embargo, hoy es uno de esos días en que mi estado de ánimo se elevó por la visita de cierto personaje que para mi estructurado cerebro logra esa reacción de un idiota enamorado en mí. Hoy me trajeron unas barras de arándanos, claro por aquello de mi interminable e insufrible dieta.

La semana pasada después de nuestra visita al Museo de la Memoria y Tolerancia, caminamos hasta llegar a una tienda de dulces y encontré arándanos secos, fruta que me gusta mucho y más en dicha presentación, así que fue lo que seleccione para comer en esa tarde y aunque no es la primera vez que me demuestra que si pone atención en mis gustos, me sorprendió que lo recordará y que me alegrará la tarde con ese detalle, además de su visita, claro está.

Debo reconocer que hoy no esperaba recibir a nadie en la oficina, de hecho estaba tan ocupado que me disponía a comer en mi privado cuando recibí su llamada, la cual después de que el domingo ignorara un mensaje que le envíe, no creí que se dieran tan pronto. Me llamó como si estuviera hablando con un supuesto cliente, lo cual me hizo saber que tenía compañía, así que le confirmé que si estaba disponible y me afané en ordenar mi cargado lugar con detalles orientales porque así lo pide el feng shui, a fin de recibirle con una enorme sonrisa.

Pretender que iba a cumplir mi palabra y me iba a enojar porque no había tenido noticias suyas en los últimos días era una total falsedad, pues de solo ver su número en mi celular me hizo la tarde y más aún después de la retahíla de argumentos que me había dado Salvador, mi brazo derecho en el trabajo, para recordarme que es urgente que tome vacaciones y me vaya a descansar unos días, pues para ser miércoles mi cara parece de viernes y mi ánimo se percibe como de fin de año y sin aguinaldo.

Pero volvamos a los arándanos, que con todo este escenario de cansancio y mucho trabajo me han hecho sonreír y me han servido de inspiración para comenzar mi faceta de escritor. En resumen, tal vez las frutas secas no sean una señal de un sentimiento que añoraría creciera en esa persona por mi, pero es un pretexto perfecto para platicarles en breve lo que mi terapeuta se esmera en definirme como enamoramiento. Y ahora que lo pienso, sería bueno ser el protagonista de una película romántica.