"Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles". Italo Calvino
Leí un relato de Jorge Bucay de un pueblo en donde era costumbre señalar en las lapidas de su cementerio únicamente el tiempo que el difunto había sido feliz. Ese tiempo lo obtenían de una libreta que se le obsequiaba a cada habitante al llegar a su adolescencia y en la cual iban anotando los momentos felices que iban experimentando en su vida.
martes, 28 de agosto de 2012
lunes, 27 de agosto de 2012
Peces…peces y más peces..
Peces…peces y más peces..
Por Héctor Juárez
Todo comenzó cuando mi
cuñado se enteró a través de Facebook de la existencia de algo llamado “Fishville”,
juego en línea simulador de una pecera, que a través del tiempo invertido en
incontables dosis de ocio en la red, te permite embellecerla con peces y
adornos. Pues bien, después de pelear contra su voluntad, cedió a sus bajas
pasiones y materializó su sueño, encontrando así su segundo y nuevo gran vicio,
digo segundo pues el primero es ser un ferviente seguidor del equipo de fútbol,
portavoz de los maestros de la cuchara, o sea el Cruz Azul.
La historia de los
peces inició con la compra de uno de esos recipientes de 20 litros el cual
alberga a estas adorables y exigentes mascotas, sin el permiso de mi hermana,
pero bueno, en ocasiones resulta conveniente echar mano del afamado refrán que asegura
“Ser más fácil pedir perdón que pedir permiso”. Al final, la novedad acabó
envolviendo también a ella, facilitándole las cosas a mí cuñado los siguientes
meses, pues evitó las incansables quejas por el desorden ocasionado. Y todo iba
bien hasta que su incesante investigación diaria en la red, resultado de su
exceso de trabajo, llevaran a mi cuñado a descubrir la existencia de una sinfín
de peceras de mayor tamaño.
A medida que su
interés aumentaba, el siguiente paso fue más sencillo, pues consiguió ir
contagiando poco a poco a toda la familia en el mundo de la pecerología, descubriendo la existencia
de mercados especializados en la materia, donde uno puede alegremente caminar
apretujado, como cualquier mañana en el metro, entre olores no muy agradables y
un excesivo calor, mientras a su alrededor se descubre la variedad de colores,
tamaños y precios. Pues bien, fue en alguna de estas excursiones donde mi señor
padre quedó maravillado y salió de ahí con un pez beta, el bien portado y hoy
difunto “Michael”.
Hasta ese momento me
creía inmune a la enfermedad, pero entonces pasó, mi cuñado cambió de pecera,
ahora tenía una de 40 litros, la cual, para ser honestos, lograba enamorarte a
primera vista, pues era una especie de lámpara viviente llena de pequeñas
criaturas revoloteando en su interior, de ahí el apodo de “Guajolotitos” con el
cual mi hermana se refiere a sus peces. Por cierto, el nuevo juguete requirió
más espacio, un nuevo mueble, más equipo y claro, ahora mi familia ya no sólo
era cruzazulina, también amenazaba con convertirse en mecenas de la crianza de
“Guajolotitos”.
Y como buen hijo y
hermano, un domingo fui arrastrado por la curiosidad al famoso mercado y empezó
mi mecenazgo, pues para cuando terminó la excusión, ya teníamos una nueva
pecera, ahora de 80 litros, dos bases de madera y un montón de equipo para su
mantenimiento. Yo heredaría la de 40 litros y mi cuñado tendría el doble de
espacio para sus alevines, peces bebes, y a decir verdad, estas mascotas no
hacen mucho honor a su apodo, pues más que aves de granja, parecen conejos por
su “ligereza” para reproducirse.
Por cierto, no tuve
necesidad de adquirir peces; con la pecera vinieron alrededor de 40 especímenes
a mi casa, a quienes cuidé con gran ahínco hasta ese terrible día, cuando llegaron
a mi recién inaugurada guardería para alevines, un nuevo grupo de refugiados acuáticos
que huían del canibalismo de los más grandes de su especie que habitaban en la
pecera de mi hermana. Sin embargo, nuestra labor salvadora se vio empeñada por
el desconocimiento de la gran cantidad de enfermedades en los peces y junto con
los nuevos inquilinos llegó un virus que en tres días acabó con todos y logró hacerme
sentir el más irresponsable de los padres, confirmando mi teoría de no haber
nacido para tener un hijo.
Pese a nuestra gran
pérdida, no decayó el ánimo y el fin de semana siguiente, después de limpiar a
conciencia el contenedor de la muerte, regresé al mercado pero ahora por especímenes
más grandes, pues me negué por completo a volver a intentar criar otros “Guajolotitos”.
Esta vez escogí peces japoneses, si, esos de televisión, los dorados que viven
en una pecera redonda con un lindo castillo, sin saber lo laborioso y exigente
que resulta su cuidado, pues ameritan algo así como 40 litros para cada uno. Para
cuando lo supe ya era tarde, pues había comprado 15 de ellos. Y por cierto,
también son xenofóbicos, pues no pueden convivir con otra especie, información
valiosa si el vendedor no la hubiera omitido y habría evitado otras muertes,
pero bueno, a mi favor debo decir que estaba aprendiendo y en esa ocasión fui
precavido, pues les puse todo lo que me indicaron en otro de los locales del
mercado: sal marina para el estrés, gotas de azul y verde malaquita por si se
enfermaban, cultivo de bacterias, para madurar el agua y hasta comida especial,
aunque dicho coctel también me provoca bajas en mis peces. Pero insisto, fue
aprendizaje.
Y así, cuidando
peces y sufriendo perdidas, llegamos a este fin de semana; la ansiedad de mi
cuñado nos llevó a volver a rotar las peceras; si, ahora adquirió una de 200
litros, yo heredé la de 80 y mi hermano la de 40 y mientras escribo estas
líneas, contemplo la nueva casa de mis nueve sobrevivientes japoneses, todos
naranjas y veo al recién llegado, un japonés negro, pues así lo pide el feng
shui, y me pregunto si la próxima vez que me llame mi cuñado para platicarme de
un nuevo plan para cambiar peceras, me atreveré por fin a decir no, o tal vez
me suceda como con el futbol, pues después de años de jurar no gustarme, ahora
no sólo voy al estadio, también tengo mi playera azul y sigo esperando a que “Seamos campeones”.
lunes, 20 de agosto de 2012
Carta para una amiga perdida
Carta
para una amiga perdida
Por Héctor Juárez
¡Hola!
Es difícil saber por dónde empezar, no sé si deba preguntar
por última vez ¿qué pasó? Aún sigo sin entender la razón de tu enojo, pero después
de tanto tiempo y de mis terapias, me he convencido que este distanciamiento, sólo
fue el resultado de nuestra falta de ganas por resolver lo ocurrido y tal vez
por no aceptar que nuestro ciclo había terminado y ya no nos hacíamos bien.
Recuerdo la innumerable cantidad de momentos compartidos
durante la carrera, las flores que me dabas en el día de la secretaria por mi
habilidad con el teclado; las películas de Barbie y los discos de Cristian
Castro cuando los descubrimos como nuestros gustos culposos; el viaje a San
Antonio para estrenar tu visa; las frases de tu mamá sobre su “adorado Héctor”;
aquel día cuando cambié mi comida de fin de año por acompañarte a recibir tu
primer auto nuevo; las clases de francés en el IFAL; la fiesta de cumpleaños a
la cual te llevé un juego de limpieza, pues ya eras toda una señora bien casada;
tu famosa frase de “no le digo pendeja porque es mi amiga”; tu blog mientras hacías tu estancia en
Canadá; tus borracheras por decepción amorosa y cómo olvidar la madrugada en
que tu casa se convirtió en el cuartel donde intentabas consolarme mientras lloraba
por un mal momento vivido.
Debo confesar algo, desde ese último día en que hablamos, decidí
no volver a celebrar mi cumpleaños, pues me sentía
culpable por no haberte complacido cediendo a tu reclamo de festejarme a tu
manera, creí necesario castigarme porque había fallado. Con tu partida vinieron
las de otros y aunque sí me importaron, nadie me dolió tanto como tú. Mi regalo
de cumpleaños número 30, fue ver desmoronarse mi supuesto grupo de amigos, tan
sólido y cuasi perfecto.
Pero bueno, como dice mi terapeuta, “Dios acomoda” y la vida
me regaló la oportunidad de reordenar mis ideas, aprender a estar solo, aceptar
que nada es para siempre, sólo hay momentos efímeros de alegría y entendí que
no puedo controlarlo todo y a todos, pues esa habilidad no sirve cuando se
trata de mis afectos.
Héctor.
martes, 14 de agosto de 2012
Instrucciones para darte en la madre (o para enamorarse)
Instrucciones
para darte en la madre (o para enamorarse)
Por Héctor Juárez
Lo primero es asegurarse de elegir a la persona menos indicada,
aquella que haga eso que no nos gusta y logre a veces sacarnos de nuestras
casillas y sin la cual estemos convencidos de no poder vivir. Es requisito
indispensable sentir la falta de aire si no recibimos su llamada al menos unas
cinco veces al día, aunque la dosis puede variar. Es importante aclarar que no
hace falta ser correspondidos, pues esta es una tarea personal y se experimenta
pocas veces en la vida, por lo cual se sugiere disfrutar al máximo sus efectos una
vez conseguidos. Para enamorarse se abrirá el pecho de par en par y ofrecerá su
corazón como trofeo al objeto de su afecto, deberá pasar noches en vela
recordándole, revisará su correo electrónico y su celular en intervalos de dos
minutos por si llama y escuchará canciones románticas que le inviten al
trillado uso de navajas en sus venas. Para confirmar estar obteniendo el
resultado deseado deberá recibir comentarios de sus amigos asegurándole vivir
entre nubes y recordándole la necesaria tortura de alimentarse para seguir
sufriendo. De acuerdo al momento de su vida en que lo experimente, su
intensidad será la siguiente: si se es púber, deberá sentir que su corta existencia
inició al momento de encontrar a ese ser, si se encuentra en su juventud, será
necesario expresar su intensidad de manera física una y otra y otra y otra vez;
ahora bien, si se esta en la madurez, siéntase afortunado pues habrá encontrado
con quien charlar. Una vez cubiertos los requisitos y teniendo un grado
suficiente de dominio, se requiere cierta constancia para volverse un experto.
De esto último se dará cuenta al momento de recibir una llamada de atención de
sus profesores en clase o de su jefe en la oficina o bien, cuando le de un
infarto. Si se cumplió el primer requisito, no es correspondido y al despertar
cada mañana, la primera imagen es su mente es la de aquella persona, lo habrá
conseguido, se dará cuenta que se ha dado en la madre. Tiempo de duración: un
día o toda una vida.
Semáforo (una historia en dos partes)
Semáforo (una
historia en dos partes)
Por Héctor Juárez
Recibí un correo
electrónico de Raquel invitándome a la fiesta de cumpleaños de Adrián. El tema es
el semáforo. Me suena un poco a que mis queridos amigos siguen jugando a ser la
celestina de la "pandilla" o sencillamente están cansados de ser la
única pareja del club de los "forever alone", grupo de quienes
rebasamos las tres décadas de vida y que seguimos a la espera de nuestra media
naranja. Raquel y Adrián más de una vez han intentado crear conexiones entre su
nutrido grupo de amigos, pero parecen no tener suerte, así que han decidido
utilizar este festejo para comprobarnos a todos que si puede existir el amor a
primera vista, ¡ilusos!. En fin, la regla para la fiesta es simple, los
invitados deberán vestir una prenda verde si están disponibles, amarilla si
tiene una situación emocional complicada y roja si ya están comprometidos.
Esta invitación me
da la tarea de reflexionar el color que seleccionaré para vestir en dicha
reunión. De manera cínica y honesta debería ir con una prenda verde, no tengo
compromiso con nadie, no salgo formalmente con alguien, pero para ser sincero
creo que el verde no me va muy bien. Podría ir con esa camisa a cuadros que
siempre ha tenido fama de parecer un bonito mantel de día de campo de cuadros
blancos y amarillos, eso sería más sincero de mi parte, pues entre los
arándanos, las ciruelas y el feng shui no tengo cara para discutir que no estoy
en una situación emocional complicada. De rojo, simplemente imposible, pues el
que mi cabeza este en un lado, mi corazón en otro y mi cuerpo de vez en cuando
me traicione, no quiere decir que esté con alguien, es más, si así fuera
tendría con quien asistir. Por cierto, para la fiesta me decidí a ir de morado
y ya veré como resulta.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Arándanos
Arándanos
Por Héctor Juárez
Siempre me ha parecido una exageración las historias
románticas de las películas en las que no existen las coincidencias, en las que
todo es una señal y todo tiene una simple justificación para existir y es que
el destino tiene predestinado a la persona idónea para cada personaje. Sin
embargo, hoy es uno de esos días en que mi estado de ánimo se elevó por la
visita de cierto personaje que para mi estructurado cerebro logra esa reacción de
un idiota enamorado en mí. Hoy me trajeron unas barras de arándanos, claro por
aquello de mi interminable e insufrible dieta.
La semana pasada después de nuestra visita al Museo de la
Memoria y Tolerancia, caminamos hasta llegar a una tienda de dulces y encontré
arándanos secos, fruta que me gusta mucho y más en dicha presentación, así que fue
lo que seleccione para comer en esa tarde y aunque no es la primera vez que me
demuestra que si pone atención en mis gustos, me sorprendió que lo recordará y
que me alegrará la tarde con ese detalle, además de su visita, claro está.
Debo reconocer que hoy no esperaba recibir a nadie en la
oficina, de hecho estaba tan ocupado que me disponía a comer en mi privado
cuando recibí su llamada, la cual después de que el domingo ignorara un mensaje
que le envíe, no creí que se dieran tan pronto. Me llamó como si estuviera
hablando con un supuesto cliente, lo cual me hizo saber que tenía compañía, así
que le confirmé que si estaba disponible y me afané en ordenar mi cargado lugar
con detalles orientales porque así lo pide el feng shui, a fin de recibirle con
una enorme sonrisa.
Pretender que iba a cumplir mi palabra y me iba a enojar
porque no había tenido noticias suyas en los últimos días era una total
falsedad, pues de solo ver su número en mi celular me hizo la tarde y más aún
después de la retahíla de argumentos que me había dado Salvador, mi brazo
derecho en el trabajo, para recordarme que es urgente que tome vacaciones y me
vaya a descansar unos días, pues para ser miércoles mi cara parece de viernes y
mi ánimo se percibe como de fin de año y sin aguinaldo.
Pero volvamos a los arándanos, que con todo este escenario de
cansancio y mucho trabajo me han hecho sonreír y me han servido de inspiración
para comenzar mi faceta de escritor. En resumen, tal vez las frutas secas no
sean una señal de un sentimiento que añoraría creciera en esa persona por mi,
pero es un pretexto perfecto para platicarles en breve lo que mi terapeuta se
esmera en definirme como enamoramiento. Y ahora que lo pienso, sería bueno ser el
protagonista de una película romántica.
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